miércoles, 15 de diciembre de 2010

ENSAYO SOBRE LOURDES FLORES


LOURDES FLORES NANO

Lourdes Celmira Rosario Flores Nano (Lima, 7 de octubre de 1959) es una abogada y política peruana, presidenta del Partido Popular Cristiano. Ocupó el cargo de Congresista de la República, y aspiró llegar a la Presidencia del Perú en las elecciones generales de 2001 y en las elecciones generales de 2006, ocupando en ambas ocasiones el tercer lugar. Actualmente tiene 51 años.
En las elecciones generales del 2006 no logró llegar a la segunda vuelta, en donde participaron Ollanta Humala (UPP) y Alan García (APRA) el 4 de junio de 2006, resultando vencedor el APRA para gobernar en el periodo 2006-2011.
Asumió el cargo de Rectora de la Universidad San Ignacio de Loyola el 22 de septiembre de 2006, sin embargo comenzó a laborar en diciembre de dicho año, tuvo el cargo hasta el 2009. En el 2007 fue reelegida como Presidenta del Partido Popular Cristiano.
Fue candidata del Partido Popular Cristiano a la alcaldía de Lima en las elecciones municipales de Lima de 2010. Obtuvo el segundo lugar, siendo superada por Susana Villarán.[]



Propuestas de Lourdes Flores Nano de Unidad Nacional.

Seguridad en Lima
La lideresa del Partido Popular Cristiano (PPC), Lourdes Flores, sostuvo que un punto central a solucionar en la ciudad es la seguridad ciudadana.
En los estudios de RPP afirmo su compromiso por hacer de la capital un lugar más seguro. En tal sentido, destaco los programas de su campaña “Barrio Seguro” y “Lima Segura”.
“Para complementar los sistemas de vigilancia tenemos que dotar a las juntas vecinales de equipos de comunicación que permitan la coordinación entre la ciudadanía, la policía, el serenazgo y la fiscalía”.


Transporte
Frente a este aspecto, Lourdes Flores Nano plantea la construcción de un Periférico Vial y la extensión de la autopista Ramiro Prialé y de la Vía Expresa.

Cuidado del Ambiente
Según difundió la prensa local, Flores Nano plantea la promoción del negocio formal de la basura, vía pequeñas empresas. Así como la participación de Sedapal, la mejora de abastecimiento de agua potable y tratamiento de aguas residuales.

Política Anticorrupción
La lideresa del PPC indicó que todas las licitaciones se harán a través de concursos abiertos y públicos.

Inversión y Empleo
Respecto a este punto, Flores Nano pedirá que el programa Mi Empresa sea transferido a la comuna limeña, además de reformular la estrategia de la Caja Metropolitana.   












CONCLUSIÓN:

Según los vistos y escuchados en los audios en los que se escucha a la candidata Lourdes Flores Nano, doy mi opinión.
Desde el inicio de la campaña municipal, Lourdes Flores se ha encargado de polarizar a sus contendores más próximos, primero con Kouri, señalando que eran las elecciones entre la “decencia contra la corrupción”, y luego contra Susana Villarán manifestando que en esta oportunidad las elecciones eran entre “los comunistas y los demócratas”. Desde el inicio, Flores Nano, le ha dado el tinte político que las elecciones municipales no deben tener, ya que estas se basan en la elección del buen vecino como alcalde.
Lourdes Flores cometió, a juicio personal, varios errores políticos que le han costado las elecciones municipales, entre estos podemos mencionar el caso Cataño, el caso Salazar Monroy y ahora último los más recientes audios en los que se expresa de manera despectiva y humillante no sólo a su candidatura, sino a los limeños en general, “Estas elecciones me importan un comino”, “Mañana renuncio”, “Métanse la alcaldía al poto”, etc. etc. No podemos negar que los audios fueron obtenidos de manera ilegal y en forma delictiva, lo que nos hace retrocedes en temas de democracia y nos recuerda los 10 años de dictadura del gobierno fujimorista, pero teniendo estos audios contenido de importancia política, se justifica su propalación.
Lourdes Flores ha demostrado una vez más el poco interés, seriedad y sobre todo compromiso con las elecciones municipales y con sus electores, la imagen de demócrata que tenia fue hecha trizas con las afirmaciones del inefable Xavier Barrón quien le propone conversar con el Director de una importante empresa encuestadora para poder manipular los resultados de la misma.
Lourdes Flores ha culpado de su caída en las preferencias electorales a Jaime Bayly, pero la única responsable de su fracaso es ella misma, ella cometió los errores políticos y dijo lo que dijo.

Finalmente a los limeños, luego de escuchar los audios y leer las noticias, solamente les quedo elegir entre otros candidatos que quedan, y por lo visto en el debate entre Lourdes Flores y Susana Villarán, donde se noto a una Lourdes Flores muy a la defensiva que se dedicaba a menospreciar y a atacar las propuesta de la candidata Susana Villarán y no respetaba al público televidente que lo único que le interesaba era escuchar la propuestas de las candidatas para tener un mejor punto de vista y no escuchar ataques, es lo que también la llevo a perder las elecciones municipales. 

COHERENCIAS EN LAS AULAS

COHERENCIAS EN LAS AULAS
Por Raúl Tola


Cuando en el último año del colegio imaginaba lo que sería mi paso a la universidad, sentía vértigo. Contaminado por mis tempranas lecturas de Vargas Llosa, Bryce y Ribeyro, imaginaba un ambiente como el del patio de letras de la casona de San Marcos, como la Plaza Francia, o como el de los cafetines del Jirón de la Unión, donde los intelectuales se reunían a discutir las noticias y tendencias que llegaban de Europa.

Pero apenas ingresé a principios de 1993 caí en la cuenta de mi ingenuidad. Hacía rato que la universidad había dejado de ser ese centro de debate y ebullición cultural, donde el conocimiento y la política eran dos caras de una misma moneda, y se vivía intensamente, al ritmo de lecturas y polémicas deslumbrantes. El Perú experimentaba los primeros coletazos de un gobierno que en nombre de la paz y la prosperidad había quebrado el orden constitucional hacía apenas un año, y la ideología imperante, incluso en los centros de educación superior, era el autoritarismo.

Por todos lados se sentía los aires de represión. Con la mente puesta en la anarquía del pasado inmediato, con huelgas interdiarias y la perturbadora presencia de los grupos subversivos entre el estudiantado, las autoridades universitarias habían decidido segar casi cualquier manifestación de libertad, con medidas que de tan estrictas resultaban ridículas. Llego a estar prohibido reunirse en los jardines, tocar guitarra y cantar en las facultades, y hasta los enamorados debían cuidarse de ser excesivamente efusivos. Los alumnos parecían laxados por este estado de las cosas, y las voces opositoras eran escasas. La gran mayoría se limitaba a asistir a clases con la idea de terminar cuanto antes su carrera.

Si esto ocurría en la católica, ¿Cómo sería el clima en las universidades públicas, como San Marcos, intervenidas militarmente, con tanquetas estacionadas frente a los pabellones y soldados dando rondas por el campus con el fusil al hombro?

Felizmente, aunque la crisis en la educación no ha encontrado solución, aquellos años pasaron. La actitud resignada de los noventa (que terminó entre olores de gas lacrimógeno en junio de 1997, cuando miles de personas marchamos contra la destitución de los magistrados del Tribunal Constitucional que se opusieron a la reelección de Alberto Fujimori), ha dado paso a organizaciones como Universidad Coherente, una ONG cuya dedicación al seguimiento de políticas de transparencia en la universidad pública ha contribuido al diagnóstico de este frondoso tema.


METALEPSIS

Metalepsis


Esa práctica de lenguaje –la metalepsis, pues es preciso llamarla por su nombre- ahora deriva a la vez, o sucesiva y acumulativamente, del estudio de las figuras y del análisis del relato; pero acaso también, por algún pliegue que hemos de encontrar, de la teoría de la ficción. Recuerdo que el termino griego                     por lo general señala cualquier modalidad de permutación y, más específicamente, el empleo de un término por otro, por traslado de sentido; no muy específicamente, se dirá entonces que a falta de cualquier precisión complementaria esa definición hace de metalepsis un sinónimo a la vez de metonimia y de  metáfora; restringida esta última, por la tradición clásica,2 a los traslados por analogía, la equivalencia que subsistía entre metonimia y metalepsis se disipa, con la cual la segunda se ve reducida a tan sólo relación de exclusión, como por ejemplo la enuncia Dumarsais: “la metalepsis es una especie de (la) metonimia, por cuyo intermedio se explicita el consecuente (ce qui suit) para dar a entender el antecedente ( ce qui précede), o el antecedente para dar a entender el consecuente”.3
Ejemplo del primer caso, en Virgilio: algunas espigas por algunos años, ya que “las espigas suponen el tiempo de la siega supone el verano, y el verano supone el curso del año”; ejemplo del segundo, en Racine: he vivido por muero, pues no se muere sino después de haber vivido. Fontanier sólo reprochará a esa definición que desconozca la diferencia entre figura consistente en un solo vocablo y aquella que es consistente en más de uno: la metalepsis algunas  espigas o he vivido implica dos palabras, por ende, no puede contar como un caso de metonimia, que es un tropo conforma al criterio en cierto modo cuantitativo ( cantidad de palabras) que Fontanier coloca por encima de cualquier otro: “según (el propio Dumarsais) la metonimia no debe consistir más que en un hombre, y no más que un nombre, empleado en lugar de otro; y la metalepsis, según la mayor parte de los ejemplos citados por él, consiste no sólo en gran cantidad de palabras, y palabras de distintas clases, sino incluso en una proposición completa” .4 sino se presta atención a esa querella puramente sintáctica –que por lo demás suele ser discutible: podría decirse que en algunas espigas ya la palabra espiga lleva el peso de toda la figura-, que no incide en las relaciones semánticas, se advierte que Fontanier acepta, diluyéndola un poco, la definición de metalepsis como metonimia (efectuada en varios vocablos) del antecedente por el consecuente, o del consecuente por el antecedente: ahora cito el tratado acerca de las figuras du discours, en el cual Fontanier la ubica entre los que a modo de concesión llama “tropos que constan de más de una palabra, o impropiamente dichos”: “ la metalepsis, que de modo tan inconveniente se ha confundido con la metonimia, y que nunca es sólo un vocablo, sino siempre una proposición, consiste en sustituir la expresión directa con la expresión indirecta, es decir, en dar a entender una cosa por otra, que la presede, sigue o acompaña, que está subordinado o como una circunstancia cualquiera respecto de ella, o, finalmente, se une o se relaciona con ella de modo que la mente la recuerde inmediatamente”. 5  también se observa que la definición de Dumarsais era más precisa que la de su sucesor, pues implícitamente caracterizaba la metalepsis como metonimia de la causa por el efecto y del efecto por la causa; pero ahora se verá que ambos retóricos concuerdan respecto de una nueva especificación de esa relación causal, caso peculiar: vaya nuestra gratitud hacia ellos por no haber deseado acuñar un nuevo nombre para bautizarla.
                                                                                                                                      
Ese caso peculiar es lo que –para permanecer tan cerca  como sea posible de los ejemplos estudiados por ellos- puede llamarse metalepsis de autor. De modo algo evasivo, yo había atribuido esa locución a los “clásicos” en general. Ya no encuentro rastro alguno de esa fuente, que acaso había l hallado en sueños, pero no dejo de considerar que básicamente es una expresión fiel a los análisis de la retórica clásica. Esa variedad de metalepsis consiste –y cito los términos de Fontanier- en “transformar a los poetas en héroes de las hazañas que celebran ( o en ) representarlas como si ellos mismos causaran los efectos que pintan o cantan”, cuando un autor “es representado o se representa como alguien que produce por si mismo aquello que, en el fondo, sólo relata o describe”.6 Dumarsais había abordado ese caso usando términos más vagos, e incluso parcialmente desorientadores (pero sólo parcialmente; ya volveré sobre ese detalle), pues evocan igualmente bien, si no mejor, la práctica de la hipotipos: “también se atribuyen a esta figura esos modos de decir con que los poetas toman el antecedente por el consecuente, cuando en lugar de una descripción colocan ante nuestros ojos el hecho que la descripción presupone”.
              En este caso, se trata –sin más- de metalepsis; para apreciar la cercanía ( que posteriormente volveremos a encontrar) entre ambas figuras, contamos, una vez más en Dumarsais,7  con la definición de hipotiposis: “existe cuando en las descripciones se pintan los hechos como si en ese momento se tuviera ante los ojos lo que se dice” ( ejemplo: el relato de Théramene en el acto v de Fedra); el articulo prosigue de manera algo más confusa: “se muestra, por así decir, lo que sólo se relata; en cierto modo se presenta ( on donne) el original por la copia, los objetos por los cuadros”. Supongo que los como si, por así decir, en cierto modo quieren connotar el carácter ilusorio del efecto, pero me parece que en este caso la ilusión consiste en “presentar” (es decir, en hacer pasar) la “copia” por el original, y el “cuadro” por su objeto, no a la inversa. Como suele pasar, la definición de Fontanier es mucho más taxativa:


NOTAS:

1        figures III, Paris, Seuil, 1972, pp. Y ss. (trad. Esp.: figuras III, Barcelona, Lumen, 1989), Nouveeau Discours du récit, París, Seuil, 1983, pp. 58-59 (trad. Esp.: Nuevo discurso del relato, Madrid, Cátedra, 1998). Volveré, necesariamente, a algunos de los ejemplos que citaba entonces. Entre tanto (el 29 y el 30 de noviembre de 2002) se celebró en París el coloquio internacional La Metalepse aujourd hui, cuyas actas se publicaron aproximadamente, y al cual debo algunas nuevas referencias y estímulos. El presente volumen es una versión ampliada de mi propia ponencia en ese coloquio.

2        para empezar, por Aristóteles, cuya posición es, no obstante, ambigua. En primer momento (poética, 1457b) la define, de modo muy general, como cualquier especie de traslado de sentido, no sólo por analogía, sino también del género a la especie y viceversa (lo que más tarde se llamará metonimia), antes (1459ª) de remitirla al don de “percibir correctamente las semejanzas”, lo cual la define exclusivamente por la relación de analogía.

3        Des Tropes (1730), París, Flammarion, 1988, p. 110.

4        Commentaire des Tropes (1818), Ginebra, Slatkine reprints, 1967, p. 107.

5        Les Figures du discours (1821-1827), Paris, Flammarion, 1968, pp. 127-128
6        Commentaire des tropes, ob. Cit., p. 116; les Figures du discourses, ob. Cit., p. 128
7        Des Tropes, ob. Cit., p. 151.


FERNANDO TÚPAC AMARU Y EL PERÚ

FERNANDO TÚPAC AMARU Y EL PERÚ


José Gabriel Túpac Amaru y Micaela Bastidas tuvieron tres hijos varones. El mayor Hipólito, fue asesinado en el cadalso, Mariano y Fernando fueron desterrados a perpetuidad. Durante la travesía murió Mariano. Juan Bautista, hermano de José Gabriel, también fue desterrado junto con los familiares de Túpac Amaru. Así se cumplió la siniestra orden de borrarles de la faz del mundo.

Fernando un niño de 10 años, fue obligado a mirar el degollamiento de su padre, la muerte a patadas de su madre y la de su hermano Hipólito. Luego seria aislado en el cusco y en seguida caminó encadenado hasta Lima para sufrir encierro en el castillo del Real Felipe. Después de dos años recen llego la orden de prisión hasta la muerte en la cárcel de África. Las autoridades españolas embarcaron hacia España a 29 prisioneros familiares de José Gabriel.

En la travesía murieron 18 pasajeros, Mariano falleció el 27 de julio de 1784 a los 21 años. Luego de un penoso viaje de 10 meses, el navío llegó a Cádiz a comienzos de febrero de 1785. El virrey Jáuregui sugirió que no fueran enviados al África sino a un lugar de España por temor a que alguna potencia enemiga los rescatara. Los presos fueron destinados a las mazmorras de San Sebastián  y Santa Catalina (Cádiz). Fernando se entrego a las autoridades españolas después que naufrago en Peniche, en el navío San Pedro de Alcántara que lo llevo a España.

Desde la prisión, cuando cumplió 16 años le escribió al rey Carlos III en 1787 pidiendo su excarcelación. Padeció un dilatado cautiverio lleno de enfermedades y miserias. Hasta que en 1788 se produjo la orden para que los prisioneros fueran trasladaos a diversas provincias.  Fernando Túpac Amaru, único hijo sobreviviente de José Gabriel, fue internado en la escuela Pías de Getafe. A su tío Juan Bautista lo enviaron a Ceuta y a Miguel Bastidas junto a su mujer e hija a Zaragoza.

Falleció en Madrid, el 19 de agosto de 1789. En el Bicentenario de la Independencia, lo menos que se puede hacer es repatriar sus restos y recibirlos con honores de jefe de Estado. Igual que a los de Juan Bautista Túpac Amaru que reposan el cementerio de Buenos Aires.

“Fernando fue el último hijo de José Gabriel  Túpac Amaru y Micaela Bastidas. A    los diez años vio descuartizar vivo a su padre. Dio un grito que estremeció a los espectadores y verdugos.”


VIOLENCIA CONTRA LOS ESCOLARES

Violencia contra escolares

La opinión pública ha sido sacudida esta semana por varios casos de violencia contra escolares, los cuales van desde el descubrimiento y captura de un violados múltiple de alumnas del Elvira García y García hasta la noticia de un niño de 10 años agredido de forma brutal por un energúmeno que lo acusó de haber dañado la pintura de su auto.

Todos estos casos son condenables y merecen severa sanción. Pero queremos detenernos en el Clinton Mayle (14), postrado desde hace cuatro meses en el Hospital del Niño como resultado de una brutal golpiza infligida por tres compañeros del colegio nacional Micaela Bastidas, que lo hicieron víctima de burlas, humillaciones y maltratos por ser provinciano hasta que uno de ellos lo arrojó al suelo causándole una lesión en la columna que posiblemente lo deje parapléjico de por vida.

Se ha visualizado la violencia escolar desde una perspectiva en la que las precarias condiciones sociales de ciertas áreas urbanas, la tensión provocada por la existencia de pandillas y las duras condiciones de vida han sido utilizadas como ejes invariables para el análisis de los conflictos escolares. Es posible que estas causales intervengan, aunque no bastan para explicar por sí mismas el aumento de la delincuencia infantil o juvenil.



martes, 14 de diciembre de 2010

DISCURSO DE PABLO NERUDA EN PREMIACIÓN

DISCURSO DE PABLO NERUDA EN CERMONIA DE ENTREGA DE PREMIO NOBEL DE LITERATURA (1971)

Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones, lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte.

Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros límites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta.

Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata -eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando mas bien el derrotero de mi propia libertad. Los que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse más seguros montados en sus caballos marcaban de un machetazo aquí y allá las cortezas de los grandes árboles dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me dejaran solo con mi destino. Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de años, los troncos semi- derribados que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión. A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura.

A cada lado de la huella contemplé, en aquella salvaje desolación, algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos cúmulos de madera para recordar a los caídos, para hacer pensar en los que no pudieron seguir y quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con sus machetes las ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades del invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos.

Teníamos que cruzar un río. Esas pequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas, rompen tierras y rocas con la energía y la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis pies se afanaban al garete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los baqueanos, los campesinos que me acompañaban me preguntaron con cierta sonrisa:

¿Tuvo mucho miedo?

Mucho. Creí que había llegado mi última hora, dije.

Íbamos detrás de usted con el lazo en la mano me respondieron. -Ahí mismo -agregó uno de ellos- cayó mi padre y lo arrastró la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted. Seguimos hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las herraduras: más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido sobre las rocas. La cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, el espléndido, el difícil camino.

Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de rios y el cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningún follaje.

Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición de sagrada tuvo aun la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto. Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aún en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo.

Más lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio cierto de habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al parecer vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al calor de la lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de día y de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo ml humo que vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que, naciendo de las brasas y la oscuridad, nos traía la primera voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, hacia la infinita extensión de la vida.

Ellos ignoraban quienes éramos, ellos nada sabían del fugitivo, ellos no conocían mi poesía ni mi nombre. O lo conocían, nos conocían? El hecho real fue que junto a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba una corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno.

Chapoteamos gozosos, cavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer emprendimos los últimos kilómetros de jornadas que me separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un aire nuevo, de un aliento que nos empujaba al gran camino del mundo que me estaba esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los montañeses algunas monedas de recompensa por las canciones, por los alimentos, por las aguas termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que nos salió al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en ese "nada más" en ese silencioso nada más había muchas cosas subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos sueños.

Señoras y Señores:

Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.

En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo esta sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesia en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un vertiginoso río, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que cante mas tarde

De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.

En verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.

El poeta no es un "pequeño dios". No, no es un "pequeño dios". No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos.

Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificación. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de libros, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.

En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar ese espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra obligación de pobladores y -al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación critica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores, sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como sueños. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar. Tal vez ésa sea la razón determinante de mi humilde caso individual: y en esa circunstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera con que alguien, otros que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.

Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.

Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe.

Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran continente americano? Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.

Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.

Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l'aurore, armés d'une ardiente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)

Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.

En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.

Así la poesía no habrá cantado en vano.



LA FIESTA DEL CHIVO: MARIO VARGAS LLOSA

La fiesta del Chivo
Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa no ha necesitado ningún ejercicio de realismo mágico ni la invención maravillosa de macondos propios para convertirse, por derecho propio, en uno de los principales escritores en lengua española del siglo veinte.

Mario Vargas Llosa no ha necesitado ningún ejercicio de realismo mágico ni la invención maravillosa de macondos propios para convertirse, por derecho propio, en uno de los principales escritores en lengua española del siglo veinte. Cada uno de sus libros, desde los ya lejanos y experimentales La ciudad y los perros o Los cachorros, ha sido casi un borrón y cuenta nueva en su producción, la búsqueda de nuevos horizontes, de nuevas estructuras narrativas y nuevos personajes. Desde la supuestamente biográfica y desternillante La tía Julia y el escribidor, o la también biográfica Conversación en la catedral o la desopilante Pantaleón y las visitadoras, Vargas Llosa ha demostrado una y otra vez que es un autor sólido que no tiene que repetirse a sí mismo.
Existen, claro, muchas constantes en su obra. Las intrigas políticas de su Perú natal, la exitosa y continuada experimentación narrativa, las complicadas (y sin embargo indispensables) estructuras de sus obras indican siempre que el autor, seguro de su dominio de la lengua y los personajes, busca otros horizontes donde dar rienda a sus intereses. Y lo hace divirtiendo, enseñando, maravillando.
El tema literario de las dictaduras centroamericanas no se había agotado con clásicos indiscutibles como Tirano Banderas o El otoño del patriarca, como no se ha agotado por desgracia el tema social que las impulsa. Vargas Llosa, usando el recurso de la vuelta al hogar de una funcionaria de las Naciones Unidas, recrea los años sesenta y a la vez la actualidad, la dictadura de Trujillo, el servilismo de quienes se llenan de boca de patria a costa de vaciar de alimento las bocas de sus compatriotas. Los diversos personajes que se alternan y entrecruzan en la novela, desde el propio y ridiculizado dictador, hasta los capitanes del ejército que le tienden la trampa que lo lleva (los lleva) a la muerte, están mostrados con la habilidad investigadora de un periodista, los trucos narrativos de un Alfred Hitchock y la sabiduría literaria de un gran maestro. Apasionante, encendida, un docudrama escrito con palabras que son historia ya, casi novela negra a la hispanoamericana, en ocasiones. Y es que muchas veces la historia proporciona mejores argumentos para la narrativa que la deformación consciente que la ficción pura puede proporcionar, nos guste o nos aterre.